Si una guerra es demencial en sí misma, esta absurda aventura llegó hasta su cumbre más alta, apoyada por una parte importante de la ciudadanía civil, que, confundida, desorganizada y resignada a perder desde hacía varios años, creyó encontrar una soga en un pantano, una suerte de salvación, entusiasmada con las ideas de la patria y de una identidad nacional que durante mucho tiempo estaba dormida.
Pero hubo otra Malvinas.
La de los soldados. Algunos de ellos, chicos muy jóvenes, que sin preparación y sin haberlo elegido, tuvieron que luchar contra un ejército experimentado.
Varios sin volver, otros regresando para sufrir durante años, quizá una derrota más terrible: La indiferencia.
Por suerte el tiempo, con su sabiduría silenciosa, va despejando las nubes y cada año, cada 2 de abril, comprendemos un poco más que esos muchachos, siempre serán nuestros héroes.